29 de octubre de 2020

CULO PRIETO

A ver, yo me llevo muy bien con mi madre. Le cuento algunas cosas de mi vida, pero no todas.

Solo las que decido contar.

Pero somos amigas, ¿vale? Todos los jueves a las 17h, vamos juntas a la peluquería. Pasamos un buen rato allí a solas, hablando de nuestras cositas, nuestros planes y tal.

Me preguntó ayer mientras nos peinaban a dónde iba tan pronto todas las mañanas esta semana, y le conté que voy al Retiro a hacer mis ejercicios. Lo que no le conté es por qué estoy tan centrada en hacer deporte estos días, y qué tiene que ver con lo que voy a hacer esta noche, hoy, viernes.

No le conté por qué quiero tener el culo prieto.

Está guay, el parque me pilla a menos de cinco minutos andando de nuestro piso en la calle Lagasca, aunque también es cierto lo que me sugirió Mamá, que podría utilizar el gimnasio privado que tenemos en casa. Pero me gusta más estar al aire libre, y además he encontrado un sitio genial donde me he acostumbrado a ir.

Es una zona tranquila, un sendero entre dos setos con césped a ambos lados. Me podría poner en cualquiera de los dos céspedes -nunca hay nadie- pero prefiero quedarme en el camino, no vaya a ser que me manche de verde mis nuevas zapatillas blancas. Son super chulas, por cierto. Me encantan.

Estoy llegando, cuerda de saltar en mano.

¿Sabes una cosa de la que me he dado cuenta? Yo, en el fondo, soy una persona rompedora. Me gusta salir de mi zona de confort y conocer a gente de fuera de mi círculo habitual, gente distinta a los amigos de mis padres.

Gente distinta, como Juan. Le conocí hace una semana en una discoteca por el Bernabéu, donde suelo salir los findes. Llevaba chándal, hasta parecía orgulloso de su look. El pobre.

¡Pero qué cochazo que tenía! No sé ni qué marca ni qué modelo, pero era amarillo y descapotable. Lo sé, porque me llevó a casa luego en él. Dejé que Juan me besara cuando nos despedimos. Me muero de ganas por montar en su coche otra vez. Mola lo rápido que conduce el chico.

Otro aspecto rompedor de mi vida es que quiero trabajar. En mi familia, nosotras no trabajamos. Este deseo sí que se lo conté a Mamá en una de nuestras sesiones de pelu hace unos meses, porque necesitaba su ayuda.

Pero lo que no le dije, es que lo hacía porque me quiero ir de casa.

Lo dicho, no se lo cuento todo.

Me dijo que se lo comentaría a Papá.

Tras rechistar un rato, me dijo Papá que solo si sacara buenas notas. Después de lo ocurrido anoche en la cena, eso ya no me preocupa.

Verás, es que vino a cenar el rector de mi universidad -él y papa son amigos desde hace años- para hablar de un proyecto que tienen entre manos, algo de comprar un bloque de edificios o algo así. Bastante aburrido el tema, la verdad.

Pero después de llegar a un acuerdo, el rector le dijo a mi padre que yo iba a sacar muuuuy buenas notas este año. Y nos guiñó el ojo.

Bien. Entiendo que el asunto está arreglado.

Y lo guay es que, después de eso, podré entrar directamente en la empresa de mi padre. Así podré independizarme cuanto antes, sin tener que rendirle cuentas a nadie.

Por ejemplo, hoy no tendría que ocultar que salgo con Juan. Viene a recogerme en su coche.

Ains, si mis padres supiesen lo que voy a hacer esta noche, por qué hago deporte, no les gustaría nada. Aunque tampoco tendrían por qué preocuparse, ni que me fuera a casar con el macarra ese.

Hablando de deporte, debería ponerme en marcha ya. Cojo la cuerda con las dos manos, me dispongo a dar saltos, cuando-

Volteando la esquina, me viene de frente un chico corriendo, acercándose hacia mi sitio en mitad del sendero. Lleva la típica malla de footing y camiseta técnica. Está hablando por teléfono a través de los auriculares, jadeando.

-Sí… Sí, sí, no te preocupes, te mando el proyecto en breve, es que ahora estoy fuera de mi oficina…

Este chico es guiri, te lo digo yo. Veraneo todos los años en Miami con mis padres, reconocería ese deje a una legua. ¡Me encantan los americanos! Si son monísimos, con su acentito y tal.

Le sonrío.

¡Pero el muy grosero me pone mala cara!

-Te tengo que dejar, ahora te mando eso -, dice al teléfono, mirándome a los ojos como si estuviera retándome.

Bueno, pues nada. Será de esas personas que se levantan por defecto de mal humor todas las mañanas. No importa.

Me pongo a dar saltos con la cuerda.

Un, dos, tres, cuatro, cinco…

El chico ya está más cerca de mí.

Yo sigo a lo mío, no tengo por qué mirarle si solo me va a poner cara de pocos amigos. Seis, siete, ocho, nueve…

Lo que no entiendo es hacia dónde quiere ir, si yo estoy aquí en mi sitio, en mitad del camino.

Diez…

Se para en seco delante de mí y vuelve a mirarme con mala cara.

¿Qué le pasará a este tío? ¡Pero qué borde, por favor!

Solo tiene que saltar el seto si quiere seguir su camino, no tendrá más de un metro de altura. Después, dar un par de pasos por el césped y saltar el seto de nuevo para volver al sendero.

¿O qué quiere? ¿Que me aparte yo de mi sitio?

Bueno, pues, parece que ha decidido saltar. Total, no le queda más remedio, porque yo de aquí no me muevo.

Retomando su marcha, me esquiva y brinca.

Casi se cae cuando lo hace, el muy torpe.

Sigue mirándome con cara de odio, no entiendo nada. La gente es muy rara.

Ahora ya estoy con sentadillas. A ver si consigo ese culo prieto.

¿Y por qué este afán por el culo?

Es que Juan, después de que me besara, me cogió por la parte baja de la espalda y me dijo que le gustaban los culos prietos. Y lo que pasa, es que Juan tiene un coche que mola un montón.

Ya detrás de mí, el chico americano resopla con disgusto y se aleja.

Menos mal. Que se vaya, me está jorobando el momento.

Me dijo Juan que me saca de fiesta esta noche, vamos al Fabrik. Está en Fuenlabrada -Fuenla, como dice él-, y nunca he estado allí. Me emociona conocer sitios nuevos, fuera de mi zona de confort. Quiero observar a todas las chonis de cerca.

Pero eso es algo que no le puedo contar a mi madre. Le horrorizaría, yo saliendo por ahí en el sur de Madrid.

Y de ahí que quiero vivir en mi propio piso. Me merezco ser independiente, hacer lo que me dé la gana.

Dejo de flexionar las rodillas. Respirando fuerte, miro abajo.

¡Mecachis!No me digas cómo, pero he conseguido manchar las zapatillas después de todo. Eso sí que se lo voy a decir a mi madre, a ver si me compra unas nuevas del mismo modelo. Es que me encantan.

¡Qué ganas de montar otra vez en el coche de Juan!

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