1 de junio de 2021

La Muralla Fundamentalista

Capítulo 1:

Los orígenes

Año 1967. Hubo un ambiente tenso durante toda la cena familiar. Como todos los lunes, su madre había asado un pollo. A Tommy le solía gustar el pollo cómo lo hacía su mamá, pero hoy su piel tostada con mantequilla tenía textura de cartón y su carne no se dejaba tragar. Y cuando por fin llegó a la tarta de manzana —normalmente su postre preferido—la fruta azucarada le sabía amarga.

Y es que, cuando había llegado su padre del trabajo en su Ford de cuatro puertas —un buen coche fabricado en los EE. UU., decía él— lo había estacionado delante de la casa baja de estuco donde vivía Tommy con su familia, idéntica a todas las demás casas de su vecindario en las afueras de la ciudad, sin dirigirle la palabra a su hijo. Refunfuñando, había cruzado el césped entre el coche y la entrada, haciendo como si no viese a Tommy esperándole con el bate de béisbol y la pelota en la mano, para pasar directamente por la puerta de un portazo.

Ahora en la mesa, su padre seguía igual de enfadado.

Por su parte, Tommy no se podía quitar a los niños nuevos del colegio de la cabeza.

Eran raros.

En el patio de recreo, cuando Tommy jugaba a la pelota con sus compañeros de clase de toda la vida, los otros se habían quedado en grupito, sentados al lado del muro en pandilla. Tenían un juego extraño, dando golpes a los ladrillos del muro con un palo. En ningún momento habían preguntado si podían unirse a Tommy y sus amigos, tan absortos estaban en su tarea.

Tommy no sabía si tendría que haberles invitado a jugar con él.

En ese momento, su padre le mandó a la cama. Sin darle las buenas noches, sin un abracito siquiera.

¿Por qué estaba su padre de tan mal humor?

Seguro que tenía algo que ver con esa palabra, la palabra que decía su padre entre dientes cuando bendecía la mesa antes de cenar, que habían susurrado sus profesores toda esta semana, que había gritado el predicador ayer en la iglesia. Esa palabra que estaba en boca de todos, pero cuyo significado Tommy no llegaba a comprender.

Y que, de algún modo, aunque Tommy no entendiera cómo, tenía que ver con los nuevos.

Ya en su cuarto, su madre no le hablaba mientras le ayudaba a ponerse el pijama.

—Mamá, ¿qué quiere decir «la integración», exactamente?

La madre de Tommy terminó de abotonar su mono con un gesto de desagrado.

—Anda, hijo. A rezar y a dormir, que ya es tarde.

Tommy quiso preguntar más, pero no lo hizo por la cara severa de su madre.

Se arrodilló en el borde de la cama, todavía viendo la escena del patio en su cabeza. Seguía preguntándose si debió haberles preguntado a aquellos niños de piel oscura si querían jugar a la pelota.

Entrelazando los deditos blancos de las manos, Tommy cerró sus ojos azules e inclinó la cabeza, aún con el sabor a manzana amarga en la boca.

***

El siglo XX sería testigo de la construcción de un gran recinto amurallado, hecho de ladrillo. Millones y millones de personas fieles a la causa vivirían dentro de él, entrenándose cual ejército, ajenas al mundo exterior. Un mundo siniestro desde el que apenas se filtrarían las noticias, y de ellas, solo llegarían las que advirtiesen del peligro que acechaba más allá de los límites de la muralla. Estos habitantes crearían una cultura propia, cerrada y en las antípodas de las costumbres de los infieles al otro lado. Con el tiempo, sentirían un vínculo tan fuerte con el lugar que pasaría a formar una parte indisoluble de su identidad.

Los ladrillos de esta muralla no se hicieron ni con piedra, ni con arena, ni con barro. No, la fuerza de estos ladrillos trascendía la mera materia física. Estaban hechos de los temores, las esperanzas y las ideas de los combatientes que llamaban este lugar su hogar.

Nuestro Tommy no lo sabe aún, pero está presenciando la construcción de la muralla desde dentro.

La muralla de los Evangelistas Fundamentalistas.

Pero ¿quiénes son los Evangelistas? Para dar con su definición, nos tenemos que remontar unos cien años atrás.

Los estadounidenses de aquella época se habían extendido a raudales por todo el continente norteamericano, desde la Costa Este hasta California y Alaska. Y con ellos viajaba su religión.

Junto con la expansión de los seres humanos, también avanzaban a un paso vertiginoso la tecnología y la ciencia. El teléfono, el ferrocarril… y Darwin, con su teoría de la evolución. Y es justamente la teoría de Darwin la que provocó el conflicto del que surgió la figura que se conoce hoy día como Evangelista Fundamentalista.

Charles Darwin

En 1925, tuvo lugar el Juicio de Scopes, un sonado caso legal en el que se disputó el derecho a enseñar la teoría de la evolución en las aulas públicas. Este acontecimiento desató una tormenta dentro de la comunidad religiosa, con una facción de los fieles que defendía el avance de la ciencia, adaptando sus creencias a una interpretación menos literal de la Biblia los Modernistas, y otra que abogaba por defender la literalidad de la Biblia los Fundamentalistas, quienes rechazaban la posibilidad de la teoría de la evolución, así como otras ideologías modernas que percibiesen como contrarias a la Biblia.

Juicio de Scopes, celebrado al aire libre por falta de aforo en el juzgado

Actualmente, se estima que los Evangelistas suponen entre un 30 y un 35% de la población estadounidense. Ante la ausencia de datos concretos, (no resulta factible encuestar en estos términos), es imposible saber cuántos de ellos serían Fundamentalistas, pero, dada la magnitud del colectivo en su conjunto, se puede considerar que forman una parte significativa del país. Así pues, en esta serie, nos centraremos sobre todo en los Fundamentalistas, el grupo dentro de los Evangelistas más radical, más bélico y, cómo veremos más adelante, con más poder político.

Precisamente en este año, 1925, emerge uno de los progenitores del movimiento fundamentalista, Bob Jones. El hombre que mezcló los ingredientes en el mortero para poner los primeros cimientos de la muralla. Y lo hizo de forma totalmente novedosa y con gran alcance para la época: un programa de radio. Ya uno de los Evangelistas más conocidos del país por sus eventos multitudinarios para captar nuevos adeptos, al aire libre y bajo enormes carpas se estima que Jones habría predicado a más de 15 millones de personas solo en eventos presenciales, no dudó en recurrir a las nuevas tecnologías para despotricar contra las ideas modernas.

Bob Jones

Su argamasa hervía con los típicos componentes del mensaje fundamentalista: ataques tronantes en contra de la evolución y cualquier crítica a la Biblia…y también contra la integración de los alumnos negros con los blancos. De forma magistral, el gran orador supo usar el miedo al cambio social y demográfico que azotaba el país como aglutinante para la sustancia sobre la que se sustentarían más tarde los ladrillos de la muralla. En sus mensajes radiofónicos, alegaba que Dios había sido el autor de la segregación y que «la oposición a la segregación era oposición a Dios». Cabe destacar que se financió en parte con donativos recibidos del Ku Klux Klan.

También fundó una universidad. Durante un viaje a Florida con su mujer, preocupado porque no hubiera una universidad ortodoxa cristiana en el país, decidió fundar una por su cuenta. Y así lo hizo, al establecer una institución que además prohibía la entrada a estudiantes negros. Primero en el mismo estado de Florida, para luego transferirla a Tennessee y finalmente construir su nuevo campus en Greenville, Carolina del Sur, donde se encuentra hoy día Bob Jones University.

En 1927, Jones comenzó a emitir un programa diario que se escuchaba desde Nueva York hasta Alabama, con un número incalculable de oyentes. Continuó con esta labor hasta 1962, que se tradujo en cerca de 10.000 programas hasta la fecha de su muerte en 1968. Con su uso ingenioso de los nuevos medios de comunicación y el eficaz método de sembrar desconfianza de lo nuevo y del «otro» por doquier, consiguió reunir a una multitud de seguidores para terminar de asentar las bases de la futura muralla. Con la cimentación ya ejecutada, quien tomara el testigo pondría los primeros ladrillos.

Estados Unidos, a partir de los años 50, entró en una fase social todavía más agitada, con cambios que no gustaban a los más tradicionales. En 1957, el beatnik Allen Ginsberg ganó un juicio por vender material obsceno al publicar su obra Aullido, dando paso así a la edición de otros muchos materiales que anteriormente se habían considerado indecentes. Las mujeres pasaban a formar parte del mundo laboral y encima tomaban la píldora. Los hippies, sucios y con el pelo largo, alardearon de su promiscuidad en Woodstock en 1969. Y parecía que la comunidad negra, con famosos personajes como Rosa Parks y Martin Luther King Jr., ya no sabía comportarse, al reclamar los mismos derechos que los blancos. Ahora, después del caso Brown vs. Board of Education[1], que dictaminó, en 1954, que la segregación era anticonstitucional, ¡los niños negros empezaban a estudiar codo con codo con los hijos blancos! Como Tommy y sus nuevos compañeros de clase, para consternación de sus padres con su tez clara.

Un caldo de cultivo donde brotaba la ansiedad al ver en jaque la tradición y los valores que, según los Fundamentalistas, definían a los Estados Unidos de América.

De esta ansiedad se hornearían los ladrillos de la muralla.

Es precisamente en este contexto que emerge el siguiente icono del movimiento fundamentalista: Jerry Falwell.

Jerry Falwell

Falwell compartía el fervor de Bob Jones por defender la literalidad de la Biblia, por denunciar la diseminación de la teoría de la evolución en los colegios, por proteger el tradicional modelo patriarcal. Y también por mantener la separación de las razas.

Falwell continuó el trabajo de Jones, poniendo los ladrillos sobre la base que ya había ejecutado: fundó su propia escuela, la Academia Cristiana Lynchburg en 1966 hoy conocida como la Academia Cristiana Liberty, ubicada en Lynchburg, Virginia como un centro segregado. Refiriéndose a Brown vs. Board of Education, el caso que obligó a la integración de las escuelas públicas, dijo Falwell en 1958: «…de haberse deseado cumplir con la voluntad del Señor, tengo la certeza de que la decisión del 1954 nunca se hubiera pronunciado. Las instalaciones deben ser separadas. Si Dios ha dibujado una línea de diferenciación, no hemos de cruzarla».

Asimismo, emitió un programa de radio, Old-Time Gospel Hour, en el que, además de impartir enseñanzas bíblicas, hacía campaña contra Martin Luther King, Jr., al que tachaba de «comunista», y donde acostumbraba a invitar a personajes como el famoso George Wallace, quien fuera gobernador de Alabama y segregacionista declarado.

George Wallace

Pero Falwell no se limitó a las ondas de radio. También aprovechó las bondades de la pequeña pantalla. Seis meses después de su lanzamiento, el programa de radio dio el salto a la televisión, primero a nivel nacional y luego internacional, con una cifra final de unos 50 millones de espectadores habituales. El ejército de la muralla ya tenía sus primeros soldados.

En este punto, tres momentos clave dieron el último impulso al incipiente reino de Falwell:

1) 1969, la revuelta de Stonewall. El colectivo queer reclamó sus derechos de forma abierta, ganando visibilidad e inquietando al tradicional modelo heteropatriarcal en una clara amenaza a las enseñanzas fundamentalistas.

Ultraje.

2)1973, caso Roe vs. Wade. Con la legalización del aborto, las feministas abrieron otro frente contra las creencias fundamentalistas.

Rabia.

3)1978, Bob Jones University se vio obligada a pagar impuestos al perder su exención de los mismos cuando se constató discriminación racial entre sus alumnos. Falwell denunció este hecho, al considerar la prohibición del racismo un atentado contra la libertad de la institución (ahora en manos de Bob Jones II, hijo del fundador) y apuntó que «en algunos estados es más fácil abrir un salón de masajes [burdel] que abrir una escuela cristiana».

Indignación.

Falwell supo hacer de estos tres acontecimientos un tridente y convertirlos en un arma y grito de guerra. Usaría la ira y el miedo y racismo de la gente para fundar un movimiento político que cambiaría el rumbo de los EE. UU. y el mundo entero. Una ola que le propulsaría hacia las más altas esferas de Washington.

Falwell ya tenía tanto su muralla como su ejército. En su inocencia infantil, nuestro Tommy ni siquiera entiende que ya está entre la legión de fieles ansiosa por entrar. Pero se entrenará con ellos para la guerra.

Porque, efectivamente, la guerra estaba en el horizonte.

***

—Amén, dijeron Tommy y su madre a la vez.

Tommy abrió los ojos y se metió debajo de la manta de un respingo.

Su madre apagó las luces y cerró la puerta.

Molestaba a sus padres la palabra esa que tenía que ver con los niños aquellos, aunque Tommy no tuviera claro por qué. Volvió a cerrar los ojos y decidió no compartir la pelota con ellos mañana.

En la oscuridad, recorrió los dientes con la lengua.

Manzana amarga.

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[1] Consejo de Educación.

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