8 de junio de 2021

La Muralla Fundamentalista

Capítulo 2:

El poder y la cultura

Año 1981. A Tommy le dolía el brazo.

Con su bebé en una mantita en el suelo a sus pies, Tommy estaba sentado en el sofá, viendo las imágenes del telediario al lado de su mujer mientras chasqueaba la lengua. Cluc-cluc-cluc. Todos los días igual: los disparos de un nuevo tiroteo en un gueto de pandilleros negros, manifestaciones feministas con mujeres gritando palabrotas… El mundo daba tanto miedo como asco.

En la pantalla, el presentador, también acompañado de su mujer, rezaba. Chillando, sollozando, le pedía perdón al Señor por los pecados del país. Tommy miró a su esposa de reojo, viendo cómo rezaba junto con ellos en voz baja, su Biblia en el regazo con una regla encima.

De pronto, el bebé empezó a moverse, gateando hacia la pared de ladrillo que separaba el salón de la cocina. El pequeño llegó a tocarla con los dedos.

Palpándose el brazo, Tommy soltó un suspiro de hartazgo. Quizá debería ponerse una compresa fría.

—¿Lo haces tú o lo hago yo esta vez?

—Descuida, ya me ocupo yo. Bastante has hecho, cariño, dijo su mujer mientras se levantaba y cogía la regla que tenía encima de las piernas.

Acto seguido, se acercó al bebé y lo volvió a situar encima de la manta. Entonces, empezó a azotarle las piernas desnudas con la regla, aporreando con fuerza — ¡zas, zas, zas! — mientras el niño lloraba con cada vez más fuerza. Hasta que, de pronto, dejó de hacer ruido.

Su mujer se dio la vuelta, satisfecha.

—Aprende cada vez más rápido.

Tommy asintió. Una pena que fuese necesario, pero su hijo tenía que aprender a ser obediente.

Porque la obediencia le protegería del mundo de fuera.

***

En 1981, Jerry Falwell ya tenía su muralla con todo un ejército de fieles dentro. Ronald Reagan se presentaba como candidato Republicano a la presidencia de los EE. UU. y Falwell quería su victoria. Tras el mandato de Jimmy Carter —abiertamente evangelista, pero Demócrata y de tintes modernistas, quien había aceptado el aborto a regañadientes y quitado la exención de impuestos a la Universidad Bob Jones, entre otras ofensas—, los Fundamentalistas tenían claro que hacía falta reconducir el rumbo del país. Y Reagan era el conservador indicado para la tarea.

Para conseguir su fin, Falwell sabía que tenía que engrosar sus filas con todavía más soldados que votasen juntos, en masa. Una falange. Y con él a la cabeza, una falange así consolidaría su poder.

Se había demostrado eficaz el miedo como herramienta de reclutamiento. ¿Y qué miedo es más poderoso que el de un padre por la seguridad de su hijo? Así pues, Falwell fundó la organización Mayoría Moral.

La misión de la Mayoría Moral consistía en defender los mismos valores por los que venían luchando durante las últimas décadas, todo en pos de proteger la inocencia de sus hijos: prohibición de la teoría de la evolución, del aborto, ataques a las feministas y el colectivo LGBTQ… pero con una nueva estrategia doble.

Por un lado, seguía haciendo uso de sus múltiples canales de radio y televisión propios para dar voz a su mensaje contra el progresismo. Además, se convirtió en portavoz de la causa fundamentalista a nivel nacional a través de los medios tradicionales, en los que concedía un sinfín de entrevistas para así conseguir publicidad gratis para diseminar su mensaje a un público más amplio.

Por otro, se movilizaba a nivel comunitario a través de las iglesias en cada rincón del país para fomentar una movilización grassroots. Predicaba que el deber de las iglesias era «salvar, bautizar y registrar [a la gente] para votar». Planteaba así la situación política como una batalla entre el Bien y el Mal en la que las armas más eficaces eran las papeletas en las urnas. Al repartir panfletos con instrucciones acerca de cómo y dónde votar, así como información sobre cómo derrotar proyectos legislativos liberales, logró captar una multitud de nuevos adeptos votantes. Los santuarios se habían convertido en lugar de adoctrinamiento y activismo político.

Otros aliados no tardaron en sumarse al movimiento. A nivel general, conservadores católicos, mormones, judíos y otros se alinearon con la Mayoría Moral y forjaron una unidad política inédita en la historia estadounidense por su diversidad —eso sí, con los Fundamentalistas siempre a la cabeza—. Y a nivel particular, emerge otra figura clave del movimiento: Anita Bryant.

Anita Bryant

Bryant, la famosa cantante de música country, fundó Save Our Children (Salvemos a Nuestros Hijos), que trabajaba en tándem con la Mayoría Moral y buscaba denegar derechos y protecciones legales al colectivo LGBTQ, alegando su supuesta pederastia y el presunto peligro que supondría para un niño estar en contacto con alguien abiertamente homosexual. Un mensaje claro: a los gays, había que tenerles miedo.

Propaganda de la campaña de Anita Bryant

Hubo detractores. Voces públicas como las de Barbra Streisand, Jane Fonda y Bette Midler se alzaron en su contra, lo que dio bombo mediático al asunto, que culminó con un activista lanzándole una tarta a la cara de Bryant en un acto de protesta que quedó grabado en el imaginario estadounidense de toda una generación. Sin embargo, lejos de persuadir a los Fundamentalistas para que cambiasen de bando, los ataques desde fuera de la muralla convertían a Bryant en una suerte de mártir de la causa conservadora.

Pat Robertson

Pat Robertson era otro ardiente defensor de la Mayoría Moral. Había seguido el mismo patrón que Falwell: estableció una universidad, Regent University, y fundó en 1960 la Christian Broadcasting Network (CBN). Esta es otra cadena fundamentalista que, con el tiempo, se emitiría en 200 países y en 122 idiomas, estando presente en el 97% del mercado televisivo estadounidense. El programa estrella en aquel momento, y que se sigue produciendo hoy día, era The 700 Club, presentado por Robertson y el telepredicador Jim Bakker (años después, Bakker protagonizaría un escándalo que se tratará más adelante en esta serie).  

Jim Bakker

En formato de tertulia y haciendo de competencia a otros programas de máxima audiencia como Good Morning America, Robertson entrelazaba lo político con lo religioso, invocando su estatus como elegido de Dios con anécdotas basadas en su propia y particular interpretación de la realidad. Por ejemplo, que sus rezos y los del equipo del programa habían logrado desviar el Huracán Gloria en 1985. «…reunimos a nuestro personal…necesitábamos rezar, y así hicimos…y la tormenta dio tregua», afirmó Robertson, en una imagen evocadora de un Moisés del siglo XX partiendo el Mar Rojo en dos.

Con todo esto, la estrategia de Falwell funcionó. Gracias a la Mayoría Moral, que llegó a contar con quizá 4 millones de militantes activos e incontables simpatizantes más, sumó 2/3 del voto evangelista a Reagan, asegurándole así la Casa Blanca.

Los Fundamentalistas habían ganado su primera gran batalla. Reagan ya era el presidente de los EE. UU. de América.

Inauguración de Ronald Reagan como presidente de los EE. UU., 1981

Habían ganado la batalla, sí, pero no la guerra. Porque el mundo de fuera se volvía cada vez más amenazante en su inexorable paso hacia la modernidad. David Bowie se maquillaba y bailaba sobre el escenario en tacones, San Francisco había elegido un funcionario abiertamente gay en la figura de Harvey Milk —posteriormente asesinado e inmortalizado en la película Milk, protagonizada por Sean Penn— y, lejos de decrecer, las feministas aumentaban en número e influencia política. Además, circulaba un nuevo y desconocido virus que parecía atacar sobre todo a los hombres homosexuales…

Y es que, para garantizar la seguridad de sus hijos, no solo tenían que mantenerles a salvo detrás de la muralla, sino también infundirles el mismo miedo que sentían ellos.

Es en este punto que empezó a tomar fuerza la práctica de homeschooling, o lo que es lo mismo, la escolarización de los hijos en el hogar. Si en las aulas públicas se mezclaban las razas, se empoderaba a la mujer y se enseñaba la teoría de la evolución, los padres ahora tenían la opción de controlar los estudios de sus niños sin la molesta interferencia de los no creyentes. Un dominio absoluto sobre la información que recibían.

Aunque fueron varios los entes que publicaban materiales escolares para el uso de estas familias que daban clase en casa —Bob Jones University, por ejemplo, expandió su negocio a este campo— tomaremos como ejemplo Bill Gothard, uno de los más influyentes.

Soltero y sin hijos, este hombre se presentaba como experto en la crianza de una buena familia fundamentalista. Ya en los años 60 había fundado el Institute in Basic Life Principles, que alcanzó su auge en los años 80 con el fervor de la Mayoría Moral. A través de su instituto, diseminaba materiales impresos, vídeos y programas educativos y organizaba eventos presenciales que, a fecha de hoy, suman unos 2,5 millones de personas.

Las enseñanzas de Gothard hablaban de un paraguas jerárquico, en el que Cristo estaba por encima de todo, seguido por el padre, luego la madre y, por último, los hijos. Los de abajo debían obediencia absoluta a los de arriba, que Gothard recomendaba reforzar mediante un frecuente castigo corporal.

Algunos, como Tommy, empezaron muy pronto, con el llamado blanket training, o adiestramiento de manta. Esta práctica consistía en dejar al neonato en el centro de una manta e infligirle dolor con el uso de algún instrumento como una regla si se acercaba demasiado a los bordes o lloraba, para enseñarle así a no probar los límites ni cuestionar la autoridad desde los inicios de su existencia. La idea era que este ejercicio dejase una impronta de por vida en la psique del crío y fomentase la sumisión en su forma de ser.

Además del contenido pedagógico acorde con su particular visión del mundo (el planeta solo tiene 10.000 años, la evolución no puede ser cierta…), surgió una cultura propia en torno al movimiento homeschool. Esta cultura se caracterizaba por dos rasgos, principalmente.

El primer rasgo, como no podía ser de otra manera, tenía que ver con el miedo. Pero un miedo llevado a un nivel todavía más extremo. Según las enseñanzas de hombres como Gothard, el mundo más allá del paraguas de protección, más allá de la muralla, estaba expuesto a los ataques del Diablo. Una afrenta tan mínima como replicar mal a un padre, leer un libro no cristiano o escuchar una canción de música rock suponía el salir de este paraguas de protección, y ponerse a la merced de los muchos demonios que, invisibles al ojo humano, daban caza a sus víctimas. No existían casualidades; cualquier circunstancia negativa —desde la muerte de una mascota o un cáncer, hasta un atasco o una caída en el parque infantil— sería por culpa del niño quien, de alguna manera, hubiera pecado y así salido del mencionado paraguas.

El segundo era el aislamiento. Al no asistir a la escuela pública, estos niños solo se relacionaban con otros niños fundamentalistas. Además, estaba prohibido el matrimonio con personas ajenas al colectivo, lo que se llamaría un «yugo desigual». En el hogar, no se consumían informaciones de los medios tradicionales, sino de fuentes como las de Falwell y Robertson, y tampoco estaba permitido ningún libro o novela publicado por una editorial no cristiana.

De esta cultura hermética surgió una fuerte identidad de grupo que dominaba sobre todos los aspectos de su vida: social, psicológico, religioso…

Y también político.

Ahora ya, según los Fundamentalistas, no se podía ser cristiano sin ser republicano. La afiliación política ya formaba parte de su fe, pues votar republicano era un deber religioso.

Y así consiguió el movimiento una legión de soldados sumisos, atemorizados y no contaminados por otras ideologías — ni hablaban con no republicanos, ¡los no creyentes! — para votar siempre en masa, sin cuestionar los ideales del partido.

Una falange.

Ya antes de su victoria en 1981, Reagan era consciente del papel fundamental de este bloque de votantes. Hizo paradas durante su campaña en las universidades de Falwell y Bob Jones en un guiño hacia el colectivo. Durante las elecciones de 1987, Pat Robertson también decidió alistarse en las filas republicanas y presentarse como candidato presidencial. Tras su derrota en las primarias, dio su apoyo a George H. W. Bush y llamó a sus seguidores a hacer lo mismo. A su vez, en un gesto de agradecimiento, Bush paró en las mismas universidades, ya convertidas en destino obligado para todo candidato republicano. De nuevo, el voto evangelista fue clave para su victoria.

Retrato oficial de George H. W. Bush

Porque a través de la Mayoría Moral, se había sellado una inquebrantable alianza entre los Fundamentalistas y los republicanos. Los republicanos necesitaban sus millones de votos. Y los Fundamentalistas necesitaban que el partido político protegiese sus intereses.

Falwell tenía su muralla y, con la Mayoría Moral, también una falange que la protegía mediante una obediencia ciega. Y tenía una línea directa al Despacho Oval y un enorme poder dentro del partido gracias a los muchos votos de sus adeptos.

Jerry Falwell con los presidentes Ronald Reagan y George H. W. Bush

Pero, como reza la máxima, el poder corrompe. Se presagiaban tiempos turbulentos para los Fundamentalistas en los próximos años. ¿Cómo criará Tommy a su hijo para luchar en la guerra cuando la muralla está en caos?

***

Apenas había dejado de llorar cuando el bebé se puso otra vez a gatear.

—Por Dios, dijo Tommy. Justo cuando parecía pillarlo…

Se acercó al bebé y levantó la regla en el aire para dar el golpe.

Sí, luego tendría que ponerse hielo en el brazo.

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