15 de junio de 2021

La Muralla Fundamentalista

Capítulo 3:

La decadencia

Año 2001.

Tom abrió la puerta a la sala del ordenador, mirando detrás del hombro para asegurarse de que nadie le había visto, tal y como había hecho casi todos los días desde que instalaron internet en su casa. Era un gesto inútil; su hijo ya no vivía en casa y su esposa había salido, pero… por si acaso.

Todo seguía en silencio.

Avanzó a tientas en la penumbra, apenas iluminado por el salvapantallas del laberinto de ladrillo que se reproducía en bucle desde el monitor. Sentándose en el escritorio, movió el ratón para despertar la máquina y cambió de sitio la Biblia que estaba al lado del teclado.

Sentía rabia en todo el cuerpo. Desde el atentado, el país entero había sangrado patriotismo, con banderas tendidas de los puentes, el himno nacional en boca de todos, rezos en los espacios públicos que pedían la misericordia del Señor…

A buenas horas, pensó Tom. Él también había sangrado con sus compatriotas, pero, a diferencia de ellos, nunca había dado la espalda a Dios. ¿Y ahora esta gente venía a suplicar su perdón?

¡Pero si esta gente no tenía perdón!

Sin ir más lejos, la escena de hoy en Starbucks.

Mientras silbaba y pitaba el módem telefónico debajo del ordenador, Tom recordó el momento: con su delantal verde, el, o la, barista —Tom no estaba seguro, pues con esas pintas de invertido era imposible saberlo, el pelo teñido de morado, un aro en la nariz, ¡si parecía una vaca, por Dios! —, la pareja de adolescentes en la mesa, de no más de 16 años —ella pintada como una puerta, enseñando escote, él con los pantalones tan caídos que se le veían los calzoncillos, ¿no les daba vergüenza?, si la fulana no estaba preñada aún, ¡lo estaría pronto! —, los chicos detrás de él en la cola, hablando en español o en árabe —o lo que fuera, daba igual, esto es América y aquí se habla el inglés, ¡qué falta de respeto en un momento así! —…

Sí, Tom sentía rabia. Ya ni siquiera podía pedirse un café en un mundo al revés, en un mundo que había perdido el norte, en un mundo que Tom ya ni reconocía como suyo.

No le extrañaba que Dios castigara a un mundo así.

Claro, Tom también tenía sus deslices. Como ahora. De hecho, los tenía casi todos los días, o cada vez que estuviera solo en casa. Pero eso era lo de menos; él era un buen cristiano y sabía que el ceder a sus pequeñas tentaciones puntuales no era motivo de tal tragedia.

No como los otros, los que hacían de sus pecados un estilo de vida.

En este momento, Tom vio que la conexión a internet se había establecido. Abrió la página y se desabrochó el pantalón.

***

Entre ustedes ni siquiera debe mencionarse la inmoralidad sexual, ni ninguna clase de impureza o de avaricia, porque eso no es propio del pueblo santo de Dios.
-Efesios 5:3

A principios de los años 90, los Fundamentalistas se enfrentaban a ataques tanto desde dentro como desde fuera de la muralla.

Dentro de la muralla, en 1974, Jim Bakker, el ex copresentador de Pat Robertson en el 700 Club, había fundado su propia cadena privada, PTL Satellite Network, con The PTL Club como programa estrella y 12 millones de abonados. También construyó, en 1978, un parque de atracciones, Heritage USA. Este enorme complejo contaba con una superficie de casi 100.000 hectáreas, toboganes de agua, un centro comercial y un hotel de lujo.

Porque a Bakker le gustaba el lujo. Miles de dólares gastados en pieles, joyas, una suite en el Waldorf Astoria de Nueva York —con chimenea y piano de cola—, aviones privados, Rolls Royce, varias casas alto standing… Su iglesia, con las contribuciones de los fieles, patrocinaba su exquisito estilo de vida.

Hubo también rumores de conducta inmoral de índole sexual. Otro telepredicador conocido en el medio, Jimmy Swaggart, solicitó que la iglesia los investigara. Swaggart, como los otros, tenía una cadena televisiva —valorada en unos 100.000 $ anuales—y su propia escuela, Jimmy Swaggart Bible College.

Jimmy Swaggart
Jntracy75, CC BY-SA 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0, via Wikimedia Commons

La vida ostentosa de Bakker también llamó la atención de la Hacienda estadounidense, lo que le llevó a los tribunales, imputado por fraude fiscal y conspiración. En 1989, lo condenaron a 45 años de cárcel, aunque luego se redujo la condena y solo cumplió cuatro años y medio.

En cualquier caso, las sospechas de Swaggart no eran infundadas. Efectivamente, los problemas de Bakker no se limitaban únicamente al aspecto financiero. Se descubrió que había violado a la secretaria de la iglesia, Jessica Hahn, y comprado su silencio por 279.000 $. Otro exempleado de Bakker también atestiguó su participación en actos homosexuales.

Temiendo que todo fuera un complot para que Swaggart se hiciese con su negocio, Bakker pidió a Jerry Falwell que asumiera temporalmente el mando mientras se resolvían sus dificultades. Falwell accedió, pero enseguida prohibió de forma permanente que Bakker volviese a la organización que había fundado, declarando de forma pública que Bakker era «una costra y un cáncer».

En 1989, se descubrió que Swaggart, a cuya instancia se había iniciado la investigación del caso Bakker, no distaba tanto de Bakker al ser hallado en compañía de una prostituta. Swaggart también se vio obligado a dimitir como dirigente de su organización.

Jerry Falwell seguía al mando de la cadena y el parque temático de Bakker, en un intento de lavar la imagen de los Fundamentalistas tras la revelación de tanto libertinaje en todos los medios nacionales. Sin embargo, solo duró nueve meses en el cargo antes de verse obligado a cerrar el parque por quiebra y dejar el puesto.

Aun en la cárcel, Bakker no cayó en el olvido, gracias a la película Fall From Grace, en la que Kevin Spacey dio vida a sus vicisitudes.

Fuera de la muralla, otra desgracia: el demócrata William Jefferson «Bill» Clinton había ganado las elecciones presidenciales en 1993. Tras la elección de George H. W. Bush en las elecciones de 1988, Falwell había decidido desarticular la Mayoría Moral, dando por terminada su misión. No obstante, Clinton ganó con una ventaja de casi 6 millones de votos populares y 202 votos electorales, poniendo de manifiesto que los Fundamentalistas no habían ganado su guerra, ni mucho menos.

Presidente Bill Clinton

En el discurso para anunciar su candidatura, Clinton no se anduvo con rodeos: dejó claro su apoyo por el legado de los derechos civiles de los negros y el trabajo de las feministas, e hizo mención especial del derecho de la mujer al aborto. Todo lo contrario al mundo deseado por Falwell y los demás Fundamentalistas.

Para más inri, las cosas iban bien bajo el mandato de Clinton. Una tasa anual de crecimiento económico de 4%, nuevos empleos, mayores ingresos, reducción de la pobreza y nuevas tecnologías como el internet que propulsaban al pueblo hacia un emocionante siglo XXI…

Además, a diferencia de la administración de Reagan, cuyo portavoz se había reído a carcajadas en una famosa rueda de prensa al preguntársele por la epidemia del sida—lo que llamaba la administración la «plaga gay»—, la administración de Clinton empezó a dar mayor visibilidad y destinar fondos públicos a fin de paliar el sufrimiento de los afectados y reducir el estigma de la enfermedad.

Clinton en el Día Mundial del SIDA

La estrategia de los Fundamentalistas, que siempre se había basado en la provocación del miedo, se veía, pues, en entredicho. Era difícil encolerizar a un país cuya población estaba cada vez más satisfecha con su calidad de vida.

En 1994, para preservar su ideal de un país cristiano —y, de paso, su imperio mediático, ejército de seguidores y fortuna de unos $10.000.000—, Falwell llegó a la conclusión de que había que contraatacar.

Y se lanzó de lleno en la batalla, de la mano del productor Patrick Matrisciana, al participar en la realización del vídeo propagandístico The Clinton Chronicles. En este filme, se le acusa a Clinton, sin pruebas, de, entre otros delitos, el asesinato de una larga lista de conocidos, excolaboradores o contrincantes, así como de participar en actividades de tráfico de drogas y armas, y blanqueo de dinero.

Falwell patrocinó este proyecto, del que llegó a vender 150.000 ejemplares que luego se distribuyeron a muchos espectadores más —como periodistas de Washington D. C. y miembros de la Cámara de Representantes— y lo publicitaba en su programa de televisión semanal.

En la promoción de la película aparece un presunto periodista con la silueta sombreada que alega que teme por su vida al dar su testimonio en contra de Clinton. Se reveló más adelante que era el propio Matrisciana el que interpretaba el papel y no un periodista. Declaró que la farsa había sido idea de Falwell.

Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.
-Mateo 19:24

Al mismo tiempo, Pat Robertson, con una fortuna aún más importante, calculada en unos 100.000.000 $, también había puesto de su parte, al escribir en 1991 The New World Order, un bestseller de The New York Times. En este libro, habla de los Masones, los Illuminati y banqueros judíos que buscan establecer un nuevo orden mundial. Este grupo, que supuestamente había reclutado a Marx y Lenin para imponer el comunismo a nivel mundial, contaba con el apoyo de los medios tradicionales, los gais y las mujeres liberadas.

En 1994, con la expansión internacional de su organización, Robertson pidió donativos —exentos de impuestos, desde luego— a sus espectadores en su famoso The 700 Club para aerotransportar refugiados del genocidio en Ruanda. Se descubrió luego que los aviones en realidad transportaban equipos mineros para una concesión que poseía Robertson en otro lugar. La investigación de este caso era competencia del fiscal general del estado de Virginia, una figura a la que Robertson conocía bien, ya que Robertson fue el donante financiero más importante a su campaña.

Fallecidos refugiados ruandeses, un diamante extraído de una mina africana y Pat Robertson en los años 90
Paparazzo Presents, CC BY-SA 3.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0, via Wikimedia Commons

No se presentaron cargos.

El patrimonio del predicador tornado magnate siguió creciendo de forma exponencial con la venta de su cadena de televisión, The Family Channel, a Fox Kids Worldwide —luego conocido como Fox Family Worldwide— por la suma de 1.900 millones de dólares en 1997.

En el año 1999, Robertson decidió volver al continente africano, a Liberia. Su empresa Freedom Gold, fundada en las Islas Caimán, había conseguido una concesión de parte del presidente liberiano Charles Taylor. No se sabe a ciencia cierta cómo se hizo Robertson con dicha concesión, pero lo cierto es que, durante años, había defendido a Taylor en múltiples ocasiones desde el plató de su programa de televisión.

El presidente liberiano Charles Taylor

Esto es sorprendente en su arbitrariedad, dado que Taylor no formaba parte del gran discurso nacional de aquel entonces —¿por qué esta obsesión por una persona tan poco conocida por el público estadounidense?—, pero también por la clase de persona que era Taylor. Un conocido caudillo, que había participado en crímenes contra la humanidad, traficando con diamantes de sangre, empleado a niños soldados y cometido otros actos violentos. Fue finalmente sentenciado por el Tribunal especial para Sierra Leona en La Haya y declarado culpable de terrorismo, asesinato y violación. Durante el juicio, Taylor declaró que Robertson se había ofrecido a defender los intereses de Liberia ante la administración en Washington a cambio de las concesiones.

Robertson desmintió estas alegaciones y el asunto desapareció de los titulares desde entonces.

Es en este panorama, en el año 2000, que George W. Bush se presentaba a las elecciones presidenciales con el exvicepresidente Al Gore como su rival. ¿Cómo afectaría más de una década de escándalo sexual y financiero detrás de la muralla a los votantes? ¿Se debilitaría el ejército de Falwell?

Pues no.

Tras los angustiantes recuentos en el estado de Florida para determinar el ganador, el Tribunal Supremo concedió la victoria a Bush. Tal y como ocurrió con Bush padre, el voto de los Fundamentalistas fue decisivo: el 79% votó a Bush. De no haberlo hecho, Gore hubiese ganado las elecciones con una mayoría de un 52%. Gracias a ellos, su partido, de nuevo, ocupaba la Casa Blanca.

Presidente George W. Bush y exvicepresidente Al Gore

En las siguientes elecciones, cuando salió Bush reelegido, declaró Falwell: «fue la Iglesia quien ganó las elecciones de 2004. Que no te digan lo contrario». No mintió, pues el voto evangelista es, de hecho, el que decidió ambas elecciones.

Pese a las prostitutas, el fraude fiscal, las estafas a donantes y relaciones con dictadores, el ejército de Falwell seguía ciegamente fiel detrás de la muralla. El fundamentalismo y, consecuentemente, el republicanismo, representaba su fe, su visión del mundo y su propia identidad. Para abandonar la muralla, millones y millones de personas hubiesen tenido que reconocer, a la vez, que su existencia compartida durante décadas se había basado en una farsa. En términos psicológicos, era más cómodo obstinarse y hacer la vista gorda que deconstruir la única realidad que conocían dentro de su aislamiento.

Gazmoño: adj. Que afecta devoción, escrúpulos y virtudes que no tiene.
-RAE

Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 solo sirvieron para apuntalar todavía más la muralla, así como el poder de Falwell y sus hombres. En una charla conjunta en The 700 Club, Falwell y Robertson achacaron la culpa del atentado a los que consideraban pecadores.

Las Torres Gemelas. 11-S

Dijo Falwell: «Yo, de verdad, creo que los paganos, los abortistas, las feministas, los gais y las lesbianas, aquellos que, de forma activa, quieren adoptar este estilo de vida alternativa… y secularizar los EE. UU., les señalo a la cara con el dedo, y digo: ustedes ayudaron a que esto [el 11-S] ocurriese».

A lo que respondió Robertson: «Concuerdo totalmente, y el problema es que hemos adoptado su programa en los más altos niveles del gobierno».

Los pecadores responsables —si un pecador puede ser el responsable de un atentado terrorista— no eran los embusteros, violadores, criminales de guerra o propagandistas. Tampoco lo eran los buenos hombres cristianos de familia como Tom, con su pequeño secreto. No, según Falwell y Robertson, los culpables eran las mujeres y las personas de la comunidad LGBTQ.

Su mensaje de miedo al «otro», a pesar de todo, seguía funcionando.

El movimiento fundamentalista no solamente iba a sobrevivir. Con una campaña reanimada por el sentimiento antimusulmán y el rechazo a la ciencia del cambio climático, bajo el mandato del futuro presidente Barack «Hussein» Obama…iba a florecer.

La muralla seguía tan fuerte como siempre.

***

Tras abrocharse el pantalón, Tom se limpió las manos con una toalla.

Todavía sentía rabia. Por culpa de este país de depravados, 3.000 personas habían perdido la vida en las Torres Gemelas.

Cogió la Biblia que antes había apartado.

Necesitaba rezar por el alma perdida de los EE. UU.

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